La chica del abrigo azul

Puntos negros a pasos rápidos recorrían en un va y ven las adyacencias del imponente acueducto de Segovia. Rostros serios, risueños, rígidos y somnolientos caracterizaban aquel paisaje. Yo en medio de aquel bullicio, entre caras de asombro, aburrimiento, indiferencia, tranquilidad y orgullo, observaba cada detalle de ese momento. 
Todo se movía en cámara lenta para mi. Mi ojos solo intentaban reconocer ante de aquel tumulto el misterio de encontrarme allí a espera de algún milagro, de alguna desgracia, de algún cambio. Yo asombrado por la normalidad de mi vida, decidí aventurarme en la búsqueda de algo especial que reavivara mi pasión, mi adrenalina, entonces como si por un milagro divino o por pura casualidad ante aquel tumulto monocromático, apareció ella: frágil y bella, vivaz e inocente, enigmática, con su paso grácil ante mi, su futuro amante, su siguiente víctima. Ante ella, el mundo de posibilidades de tener a quien quisiera, sin embargo, prefería jugar que amar, reír que llorar, viajar a estancarse en un solo lugar. Yo inmóvil ante aquella imagen, con los ojos puestos en su gracioso abrigo azul, fui presa de sentimientos encontrados, de deseos humanos, de pensamientos obsenos y gloriosos. 
Ante ella estaba yo, un punto gris en aquel negro de actitudes indiferentes, ante el abrigo azul, ante mi, solo centrados en el acueducto. Ella con ojos de diosa clavó su mirada en mi. Ante esa misteriosa fémina sentí como si todo sucediera más rápido, en un parpadeo ya no la vi. Desconcertado recorrí aturdido entre la multitud que comenzaba a llenarse de puntos blancos, era nieve, que convertía aquello en un ambiente aún más ensordecedor. 
De pronto, un grito puso silencio en aquel lugar. En lo alto del monumento romano se distinguía un punto azul ¿era ella? ¿qué hacia ahí? ¿qué buscaba? La nieve pintaba de blanco el paisaje, la multitud en gritos de angustia animaban a la chica a bajar de allí. Yo solo observaba aquella figura, quieto, en silencio, intentando comprender. Era como si estuviese en aquel lugar sujeto al suelo, como una estatua, no podía moverme. No podía hablar, solo sentía puntos fríos chocando con mi rostro, solo sentía dos cálidas gotas resbalando por mis mejillas, ¡lloraba! Deseaba gritarle que no lo hiciera, yo sin poder hacer nada sentí como si me ahogara en mi desesperación, como si fuera yo el que saltaría, mi cuerpo se sentía inexpresivo, inerte; en mi interior experimentaba un calor enloquecedor pero mi piel por el contrario era una capa de hielo. Los gritos de la gente centraron de nuevo mi atención en ella, que ahora volaba como un azulejo por los aires, antes del impacto. Desperté! 
Humberto Chacón


Segovia- España 2011
Humberto Chacón

Humberto chacón.

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